viernes, 18 de mayo de 2007

Rizos rojos (Maikel Riggs)

Luego de dos manotazos torpes consiguió apagar el timbre del reloj despertador de su mesa de noche. Levantó lentamente la cabeza de la almohada: siete y treinta de la mañana, hora de levantarse.

Por instinto se calzó las sandalias que descansaban al pie de su cama y, toalla al hombro, se dirigió al baño. Cómo cada mañana, sonrió frente al espejo al recordar el comentario que le hacia todos los días aquel ex novio poeta con el que compartió piso un par de meses. Realmente parece una hoguera- balbuceó con el cepillo dental en la boca mientras admiraba sus chispeantes rizos rojos. Luego de asearse completamente caminó hacia el armario; indecisa, repasó un par de minutos toda la ropa antes de decidirse por una falta azul y la blusa que le había regalado Mario las últimas navidades. Antes de salir de la casa se cercioró de que todo estuviese en orden y marcó el código de la alarma de seguridad ubicada tras la puerta para activarla.

Al salir del apartamento revisó su bolso como quien piensa que ha olvidado algo pero no sabe bien qué es. Tonterías mías- se dijo terminando de acomodar el desorden que había provocado segundos antes. Eran unos quince minutos hasta la estación del metro, por lo que apuró su paso tan pronto descendió las frías escaleras del portal.

No había doblado la primera esquina cuando comenzó a sentir miradas pesadas sobre su hombro; volteó y pudo ver cómo una viejecita le susurraba algo al oído a su nieto de unos dieciséis años. No se tomó aquel incidente en serio hasta que un par de minutos más tarde dos mujeres la miraron descaradamente y luego rieron en tono de burla. Laura se detuvo, y con el pretexto de limpiar la punta del zapato derecho examinó cuidadosamente su ropa. La blusa le quedaba un tanto holgada, por lo que no calcaba la silueta de sus pezones oscuros; inspeccionó la falda en busca de algún descocido que dejara ver parte de sus afiladas piernas, mas no tuvo suerte. Por último se pasó las manos por el cabello queriendo encontrar algo, sus rizos estaban tan relucientes y rebeldes como siempre. Nada de que preocuparse- emprendió la marcha nuevamente.

Al descender la escalinata que se sumergía en la estación del metro se sintió abrigada por el ambiente de complicidad que proporcionaba la muchedumbre. Un tanto incómoda se dirigió a la máquina de boletos, al recibir su ticket sintió que alguien le daba un par de golpecitos respetuosos en el hombro.

Su DNI por favor- inquirió el guardia de seguridad. Laura inclinó su cuello para que el oficial pudiese registrar el código de barra que ella tenía cuidadosamente tatuado en la nuca.

Con ese cabello tan reluciente e infringiendo la ley; lo siento, pero voy a tener que multarle- le aclaró el guardia mientras escribía absorto en el talonario.

- ¿Qué le sucede, no recuerda qué día es hoy?

-¡Claro!, respondió ella sonriendo. Trece, lo había olvidado por completo, ya me extrañaba que me mirasen así por la calle. Deje la multa encima del bolso, a penas salga del trabajo la iré a pagar sin falta; que tenga un buen día- se despidió mientras hacía deslizar la falda y una bragas negras por los filosos muslos.