domingo, 28 de enero de 2007

Regalos

Regalos

A lo largo de la vida he recibido infinidad de obsequios. De pequeño, prefería los juguetes; cuando mis padres me compraban una caja de bombones o un paquete de galletas soda, me ponía triste porque al terminarlas solo quedaba el estuche. “Un estuche no es un buen regalo” repetía un par de veces antes de tirarlo al cesto de basura.
Con el tiempo y el llanto sabor a chocolate mis padres optaron por no ofrecerme más golosinas, y finalmente, para mi tranquilidad, comenzaron a llegar los famosos trajes de Boy Scout y las colecciones de soldaditos que dibujaron los momentos más felices de mi infancia. Recuerdo que debido a algo que mi familia llamaba “El derrumbe de la URSS” los soldaditos empezaron a fabricarlos de plomo y el traje de Boy Scout desapareció una noche de mi armario sin dejar huellas.
Estos acontecimientos, que a mi entendimiento resultaban inexplicables, no me achicaron las alas del corazón; lejos de entristecerme, la imaginación se me agigantó a tal punto que un pedazo de madera se transformó en un fusil de rayos laser y llegué a confeccionar mis propios soldaditos con barro.
Pasada la infancia, tomé conciencia de la situación económica por la que atravesaba mi patria; a los doce años recibí el último regalo para niños. Aquel día le mentí a mi padre diciéndole que ya me aburrían los juguetes, que comenzara a regalarme piezas de ropa y libros para aprender. Así me aseguré que solo me compraran lo necesario. Pasaron dos años antes de que me acostumbrara a recibir Blue Jeans con cajas de condones en el bolsillo derecho.
La adolescencia quedó en las postales amarillas que atesora el álbum de fotos familiares. Y hoy, a mis veintidós, solo conservo el objeto más trascendental que me han dado: una roca. He olvidado la tarde que recibí el traje de Boy Scout y el color del primer paquete de galletas de chocolate; sin embargo, jamás olvidaré aquel paraje rocoso abrigado por ceibas donde la persona que más he amado, luego de besarme el labio inferior, depositó una piedra entre mis manos.La ropa se gasta, las flores se marchitan y la comida se convierte en nutrientes para el organismo. Si regalas algo perdurable, algún día un amigo desempolvará tu roca con lágrimas.